AUDIOGUÍA

Gestalgar…

Pedro recuerda la noche que le cambió la vida. En su tierna juventud, cuando soñaba abandonar su pueblo, Gestalgar, en busca de viajes y anécdotas en la ciudad. En la víspera de su emigración, le sorprende una querida visitante, María, que le mostró lo que él nunca había comprendido ni apreciado, el ingente patrimonio de su pueblo, los encantos de Gestalgar. Una lección que le hizo apreciar todo desde otro ángulo, que le hizo amar hasta la última piedra de este maravilloso rincón serrano. Que le inspiró para seguir aquí viviendo y creando.

Ruta A “Gestalgar...”

EL GUIÓN

1. Una visita inesperada. Un viaje por la historia de Gestalgar

Pedro se prepara para marcharse de Gestalgar en busca de emociones en la gran ciudad. Sumergiéndose en los recuerdos de su pasado, el que ahora abandonaba, recibe la visita de un ser querido que cambiará su vida…

Época: Actualidad

Ubicación: Plaza de la Constitución

Pedro: Fue una noche de septiembre.

Había pasado meses y meses esperando aquel momento: dejar el pueblo y marchar a la ciudad. Aquellas calles en las que me había criado, aprendido a jugar y pasado mi adolescencia hacía tiempo que se habían convertido en un escenario silencioso y sin encanto. Todos los días las mismas cosas y las mismas gentes. 

Necesitaba la diversión y la inmensidad de la gran ciudad.  Porque, ¿qué le esperaba a un chico joven y con todo un futuro por delante en aquel pueblo envejecido en el que nada se podía hacer? 

Recuerdo cómo, aquella noche, antes de irme a dormir, la maleta ya me esperaba impaciente junto a la puerta de la calle. Me despedí de mi padre y mi madre, subí las escaleras y entré en mi habitación. Con nervios, repasé algunas fotos, algunos libros y me acosté en la cama, quizás más pronto de lo habitual. Pero no importaba, había llegado el gran día.  

Intentando conciliar el sueño, veía, sobre los tejados y chimeneas de Gestalgar, la silueta del campanario y, al fondo, la línea del horizonte dibujada por sus montes. ¿Cuántas veces no habría visto aquella imagen? 

Y cuando el silencio se fue apoderando de la noche, sólo quedó sonando, a lo lejos, el rumor del río Turia. Y como un acto natural e instintivo, comencé a recordar momentos de mi pasado: mi infancia, aquellos juegos callejeros, los tiempos del colegio, coger el autobús para ir al instituto y las mágicas tardes en casa de mis abuelos. Hacía tanto tiempo que no me había parado a pensar en ello que un nudo se trenzó en mi garganta.

Y sin comprender lo que estaba ocurriendo, una voz dulce y familiar comenzó a resonar desde algún lugar incierto…

María (con eco): Pedro, Pedro, Pedro… ¿cómo estás? Qué mayor te has hecho…

2. Los albores de Gestalgar. Las pinturas rupestres y la villa iberorromana de los Yesares

Tras su encuentro con María, Pedro viaja a los inicios de nuestra era en Gestalgar, para explorar los modos de vida de los romanos y los pueblos prerrománicos en este rincón serrano.

Época: Siglo I

Ubicación: Molino de la Concepción

María (con eco): Pedro, Pedro, Pedro…  ¿cómo estás? Qué mayor te has hecho…

Pedro: ¿Abuela? ¿Qué haces aquí?

María: Bajemos y demos un paseo. 

Pedro: Pero, pero… – en ese momento no era capaz de hablar, pues no entendía lo que estaba sucediendo…

María: Vamos, que seguro que merecerá la pena…

Pedro: Salí de mi casa y, ante mi sorpresa, no había nada. Las casas de mis vecinos habían desaparecido. Pero también la iglesia, el castillo, la casa señorial… Todo había sido sustituido por una ladera pelada, poblada de romeros, lentiscos y coscojas que descendían hacia un vergel a las orillas del río. Al menos el Turia seguía allí… En sus cercanías, la vega se poblaba de viñas y olivas y, algo más alejado, podían verse las manchas del cereal rodeadas de los ganados que descendían desde la sierra. Atónito, pregunté: 

  • ¿Dónde estamos, abuela? ¿Qué ha pasado con el pueblo?

María: Hemos viajado al siglo I, hijo mío… pero estamos en el mismo lugar, donde tiempo después se construirá nuestro pueblo… he escuchado que creías que era un lugar sin nada, sin ningún encanto. Espero que esta noche pueda hacerte cambiar de opinión.

Pedro: Mientras intentaba asimilar lo que me estaba sucediendo, observé sobre el horizonte unas columnas de humo. Además, oculto entre el sonido del discurrir del río, se distinguían algunos golpes de martillo y hacha. Pero también voces y cantos. Venían de la zona de Los Yesares, al otro lado del río, donde mi familia había guardado siempre el ganado.

  • ¿Qué son esos ruidos? ¿Quién es esa gente? – pregunté.

María: Son tus antepasados. Son mis antepasados. Pero antes vivían allí, al otro lado del río, en la Villa de Los Yesares. Todavía quedan muros de mampostería y restos de cerámica testigo de todo esto. Pero antes de que llegaran los romanos, ya había poblaciones asentadas en aquel lugar. Los íberos ya vivían allí. Hasta tallaban figurillas en plomo macizo, como la que se encontró hace algunos años.

Pedro: Algo había escuchado sobre aquel descubrimiento. Y también sobre la existencia de cerámicas en esa zona. Pero viendo que fue real, que hubo gente viviendo, trabajando y amando en ese lugar, se me hizo un nudo en la garganta.

  • Entonces, estos íberos, ¿fueron los primeros en llegar aquí? – alcancé a preguntar. 

María: No, ellos y ellas también descienden de linajes de pobladores que se remontan mucho tiempo atrás. Al menos al Neolítico, cuando dejaban sus huellas en las paredes, como en las pinturas rupestres de Las Colochas o de la Cueva del Burgal…

Pedro: Habíamos descendido hasta la orilla del río, cuando escuchamos el sonido de un grupo de hombres detrás nuestro, acompañados de bestias, que ascendían aguas arriba por la margen izquierda del río.

  • ¿Qué hacen aquí esos hombres? ¿No vivían al otro lado del Turia?

María: Están construyendo el Acueducto de Calicantos para acercar el agua desde el paraje de los Cinglos de Gregorio hasta el Alto de Gaspar, donde se sitúa hoy el pueblo. Es un gran ejemplo de ingeniería romana, con los canales labrados en la propia piedra. Sin embargo, nunca lo acabaron…

Pedro: Parecía que mis ojos se habían acostumbrado al nuevo paisaje, que mis oídos se habían amoldado a aquellos sonidos, que mi nariz se había encandilado con el olor del romero, cuando decidí girarme para observar el Alto del Gaspar…

3. Historias de alquerías, calles y acequias. La influencia del pueblo andalusí en Gestalgar.

Pedro y María repasan la influencia árabe en Gestalgar. Su organización en tres alquerías o poblamientos bajo el mando de un castillo, el de Los Murones. Destacan dos de sus grandes legados: los sistemas de acequias que han configurado el regadío hasta el siglo XX; y la configuración de las calles en curvas de nivel, heredada hasta hoy en día.

Época: Siglo XII

Ubicación: Boca del Porche

Pedro: De repente, todo había cambiado de nuevo. Las casas habían vuelto. Casa blancas y pardas, parecidas a las que yo recordaba, pero no iguales. A lo alto, podía verse de nuevo el Castillo, pero todavía no había rastro de la iglesia o de la Casa Señorial. Los olores silvestres se habían difuminado y las calles, aunque en configuración iguales a las de hoy, eran de piedra y barro…

  • ¿Qué ha pasado ahora? ¿Hemos viajado en el tiempo de nuevo?

María: Eso es, hemos saltado unos 1100 años. Hemos viajado al siglo XII. Hace más de tres siglos que los árabes dominan estas tierras. Ellos construyeron el pueblo tal como hoy lo conocemos, configuraron sus calles adaptándose al terreno, favoreciendo las curvas de nivel, y protegiendo así las casas de los vientos del norte mientras las orientaban al calor del sur. Además, fueron ellos los que planificaron las acequias que nuestra familia ha utilizado hasta hace unas pocas décadas…

Pedro: Ví que mi abuela tenía razón. Como sumergido en uno de los cuentos de “Las mil y una noches”, comencé a observar diferentes vestimentas, rasgos y vocablos de los que acostumbraba. Ahora ya sé que se trataba de árabe hispánico lo que escuchaba. Callejeando, llegamos a una plaza que se me hacía familiar, con un arco en una de sus entradas que me recordó a la Boca del Porche.

  • ¿Qué decías de las acequias, abuela? ¿Las crearon entonces los árabes?

María: Sí, ellos las hicieron. Además, su configuración, con la importancia de la acequia madre como responsable de la ordenación urbanística, ha propiciado el respeto y separación del núcleo urbano y la zona productiva e inundable, cerca del río, con casi 30 hectáreas propicias para la huerta. Sin duda, el emplazamiento de la Acequia del Lugar determinó la ubicación del pueblo, relegándolo a la ladera no fértil. 

Los árabes se constituían en alquerías, pequeños poblamientos dependientes de una administración central, en este caso el Castillo de los Murones. En concreto, en lo que hoy conocemos como Gestalgar hubo tres: lo que hoy es el pueblo, llamada Algar, de orígen andalusí; la villa que ya hemos hablado de Los Yesares, rebautizada como Xeste en estos años; y La Andenia, ya casi donde Bugarra. Y para cada alquería, un sistema de riego por acequias…

Pedro: Entonces, ¿continuaron viviendo también en Los Yesares?

María: Y además construyeron las acequias del Rajolar y del Olivar. Y en La Andenia, la Balsa de la Andenia, que acumulaba el agua de un manantial para distribuirlo por las huertas del lugar. Sin duda, les debemos todo a estas gentes que crearon nuestro pueblo, que pusieron los cimientos de nuestra cultura…

Pedro: Curiosas fueron las sensaciones que sentí en aquel momento. Todo era tan igual y tan diferente… Y que algo tan simple como una acequia, donde había jugado y corrido de niño sin ninguna importancia, tuviera más de mil años… mil años en los que decenas de generaciones pudieron plantar frutas y hortalizas con las que alimentar a sus familias…

4. Un pueblo mudéjar bajo poder cristiano. La conquista cristiana de Gestalgar y su I Carta Puebla

María explica a Pedro lo sucedido en el año 1238, con la conquista cristiana de Gestalgar por Jaume I, así como la Carta Puebla del año 1284 para establecer las condiciones entre los nuevos señores cristianos y sus vasallos mudéjares. Observan el recién construido Palacio, símbolo del nuevo poder, para destacar la convivencia entre dos pueblos que perduró siglos.

Época: Principios del siglo XV

Ubicación: Palacio de los Señores de Gestalgar

Pedro: Mientras paseábamos por sus calles, surgió como si de una seta se tratara la Casa señorial y torre de los Condes de la Alcudia. Mirando de reojo a mi abuela, sabía que había vuelto a hacer una de las suyas. Como si mis ojos me delataran, ella misma comenzó a hablar.

María: No te equivocas, hemos vuelto a dar otro salto en el tiempo, hijo mío. Estamos a principios del siglo XV. Y lo que tienes ante tí es la Casa de los Señores de Gestalgar, que han sido los gobernantes de estas tierras desde que el rey aragonés Jaume I conquistara las alquerías árabes en el año 1238, hace ya casi dos siglos. Hay un documento, el Llibre del Repartiment, que deja constancia de la donación de todo el territorio por parte de los anteriores caciques árabes. Tras años alojados en el Castillo, decidieron gobernar desde esta nueva casa-palacio.

Pedro: Entre el ir y venir de mozos con caballerías y mujeres con cántaros se cruzaron un grupo de curas; al otro lado de la calle, unas monjas se desplazaban en silencio. Los rasgos de los religiosos y, sobre todo, su idioma, me sonó ya familiar, aunque no llegaba a comprenderlo bien. Era romance catalán, del que heredaríamos el valenciano que hoy hablamos. Sin embargo, los árabes seguían poblando las calles en su mayoría…

María: Ahora les dicen mudéjares 

Pedro: -dijo mi abuela como si me leyera el pensamiento-

María: pues cuando llegaron los primeros pobladores de Aragón y Cataluña no expulsaron a los que aquí habitaban. De hecho, los Señores de Gestalgar impulsaron la Carta Puebla de 1284, donde establecían los derechos y, sobre todo, obligaciones, de sus nuevos vasallos. Si bien es cierto que los señores se convirtieron en los propietarios de todas las tierras y comenzaron a aplicar impuestos a la población que allí había, no les expulsaron, pues los consideraron cruciales para mantener a flote la economía del lugar.

Pedro: Entonces, en esta época convivieron diversas culturas en el pueblo, ¿no es así? Parece mentira hoy en día…

María: Sí, convivieron, es cierto. Pero tampoco debemos engañarnos, pues los cristianos y la Iglesia, a pesar de ser muchos menos en número de población, administraban el poder.

Pero hay algo en lo que no has reparado, pues los edificios ya no te permiten verlo. ¿Qué ves al otro lado del río?

Pedro: Subimos a la torre del palacio. Y tras admirar el Huerto de la Señoría regado por las ramificaciones de la Acequia del Lugar, levanté la mirada hacia el horizonte sureño. Ya no había humo, ni ruidos ni voces. La villa de Los Yesares, que había admirado 1400 años atrás, parecía silenciada…

María: Sí hubo un gran cambio que trajeron los cristianos consigo. Pues ellos preferían centralizar a la población, huyendo de la idea de castillo-alquerías. Así, hicieron que la gente cruzara el río para reunirse bajo el Alto del Gaspar. Es el origen del pueblo de Gestalgar tal y como lo conocemos en el siglo XXI. La unión de los antiguos pueblos de Geste y Algar. Sin embargo, la aldea de La Andenia, al ser tan productiva, siguió existiendo, pues beneficiaba enormemente a los gobernantes.

Pedro: Y yo pensando que mi pueblo no tenía nada que contar…

5. La intolerancia que inició una crisis. La expulsión de los moriscos de Gestalgar y su II Carta Puebla.

En esta ocasión, viajan al año 1611, año de publicación de la II Carta Puebla de Gestalgar, nacida a raíz de una necesidad poblacional. Una necesidad de población provocada por la expulsión de los moriscos, la práctica totalidad de la población gestalguina, dos años atrás.

Época: Año 1611

Ubicación: Castillo de los Murones

Pedro: Subíamos hacia el Castillo cuando, al alcanzarlo, me percaté de que ya no eran más que unas ruinas similares a las que vemos hoy en día. Desde aquella excepcional panorámica, descansamos para admirar este rincón del mundo. Pero el silencio dominaba el cuadro, la sensación de abandono se extendía como una corriente de aire frío.

María: La convivencia y tolerancia de las que hablábamos no duraron para siempre, desgraciadamente 

Pedro: -se apresuró a decir mi abuela-

María: A partir del siglo XVI la intolerancia empezó a conquistar mentes y corazones en nuestros reinos. Desde los Reyes Católicos comenzó en Castilla, para extenderse por Aragón con su nieto Carlos I. 

En el año 1525, la población mudéjar fue forzada a convertirse al cristianismo. Desde entonces, se les conoció como moriscos. Pero no quedó todo allí. En el año 1567, se les prohibió hablar y escribir en su lengua natal, pero también se les dictó cómo vestir, cantar o bailar. Finalmente, ya a principios del siglo XVII, se les expulsó. Aquí, en el Reino de Valencia, los echaron en el año 1609. Primero se les prohibió su fé; después sus costumbres; y, finalmente, se les condenó al destierro.

Pedro: Notaba la tristeza en sus palabras. También sentía una rabia que recorría mi cuerpo en respuesta a la impotencia que experimentaba. 

  • ¿En qué año estamos? – pregunté

María: Es el año 1611, dos años después de la expulsión de la gran mayoría de la población de Gestalgar. De las casi 120 familias que podría haber hace unos años (entre 400 y 500 habitantes), apenas unas decenas de cristianos “viejos” han permanecido. La economía se ha empobrecido y el pueblo se ha arruinado. Tan preocupados estaban los señores con motivo de sus cuantiosas pérdidas económicas, que acaban de redactar una Segunda Carta Puebla para atraer a familias cristianas de otras zonas del reino valenciano. Mira, por allí llegan los primeros…

Pedro: Al fondo, siguiendo el camino que se dirige a Bugarra, una serie de carruajes y bestias de carga, junto a un grupo de personas, se adentraba en el pueblo deshabitado. Parecía una escena de una película del oeste norteamericano…

María: Unas 60 familias nuevas llegarán a establecerse aquí. Lejos de las 120 que estaban antes. La crisis iniciada por la intolerancia religiosa perduró hasta el siglo XVIII, cuando consiguió recuperar la población anterior a la expulsión morisca.

6. Un pueblo lleno de vida. La expansión demográfica de los siglos XVIII, XIX y XX en Gestalgar

Pedro desciende las calles del pueblo para adentrarse a comienzos del siglo XX, momento en el que Gestalgar contó con mayor población. Juntos, repasan los medios de vida de la población, aprovechando los recursos del entorno, como la fornilla o la ganadería.

Época: Año 1910

Ubicación: Depósito de agua “El Motor”

Pedro: Mientras bajaba del Castillo, perdí la sombra de mi abuela y una niebla oscura pareció cubrir mi pensamiento. Y cuando pude recobrar el sentido, estaba en una calle que me resultó familiar. Hasta entonces, esas casas no habían estado, pero las reconocía. Era el Arrabal de las Eras.

Por la calle, contigua a la ladera del monte, se cruzaban conmigo mozos con mulas, carros con grandes cargas de ramas y matorrales, gallinas y perros; y, en algunas puertas, rostros ancianos que atendían con sus ojos como sus manos trenzaban esparto. 

Y aunque todo era extraño, todo me resultaba ya familiar. Incluso algunos de aquellos rostros ¿de qué me sonaban?, ¿los había visto en otro lugar? Y fue entonces cuando vi a mi abuela bajar hacia el río. Y cuando quise darme cuenta, estaba orillas del río Turia. Y allí, aquella figura que tan conocida me era. 

María: Venga muchacho, que te quedas atrás. 

Pedro:  ¡Cuánta gente en el pueblo!

María: Sí… Estamos en 1910 y en estos años, Gestalgar llegó a tener casi dos mil habitantes. Hasta entonces el número de vecinos y vecinas había ido creciendo y toda la zona de Las Eras fue poco a poco construyéndose con nuevas casas. Y, ¡fíjate qué curioso!, antes bajaban por aquí dos barrancos por donde corría el agua…

Pedro: ¡Sí! Justo acabo de verlos anteriormente en las otras escenas, cada vez más difusas…

María: Pues al construirse el arrabal, tuvieron que enterrarse y convertirse en barrancos suburbanos, donde jugaban los muchachos y muchachas. Y de los que además se llegaron a contar historias y leyendas…

Pedro: Pero, ¿y de qué podía vivir tanta gente en el pueblo?

María: ¡Ay, muchacho! Pues de lo que daba la tierra. El monte estaba lleno de gentes y oficios: unos eran pastores que llevaban sus ganados; otros, cortaban leña y madera; otros hacían con ella carbón; y otros, los más pobres, recogían las matas bajas, como el romero, la coscoja, el lentisco e incluso la punzante aliaga para alimentar los hornos de cerámica de Manises. 

Pedro: ¡Eso me suena! ¿Cómo le llamaban?

María: La fornilla

Pedro: Siempre pensé que lo más rico e importante de Gestalgar era su río…

María: Por supuesto que lo era. La acequia, como ves, separa el pueblo del río, pues lo que es del río, es del río. Y con él se bañaban las huertas, se movían molinos y sobre sus aguas, bajaban la madera.

Pedro: ¿Cómo que la madera?

María: Gestalgar fue uno de los puntos más importantes para los gancheros que transportaban la madera que tanto necesitaba Valencia. Es más, la ermita de Abdón y Senén, la que conocemos como los Santos de la Piedra, se construyó para celebrar que habían pasado los desfiladeros de la Sierra. ¡Mira! Justo bajan ahora…

Pedro: Y cuando, entusiasmado, quise mirar hacia el río, una nube negra se posó sobre el pueblo y una niebla espesa cubrió toda mi vista… Quise moverme pero no pude.

  • ¡Abuela! ¿Estás ahí?
7. Un nuevo horizonte. El futuro de un pueblo como Gestalgar

Tras la experiencia sufrida, Pedro reflexiona sobre lo observado, sobre lo aprendido. Sobre todo el patrimonio que atesora su pueblo, Gestalgar. Lo aburrido tornó en interesante, los secretos que aún quedaban por descubrir le intrigaban. Pues conociendo y comprendiendo el pasado se abrieron ante él miles de posibilidades de futuro.

Época: Actualidad

Ubicación: Lavadero

Pedro: Cuando abrí los ojos, los tejados y sus chimeneas terminaban sobre la piel de los montes y un cielo profundo y azul.

Una sensación extraña se había posado sobre mis ojos pero también sobre mi pensamiento. La noche había pasado veloz y en la calle, las voces de los vecinos y vecinas, me hicieron dibujar una sonrisa. 

Y recordé la pregunta que me había hecho la noche anterior…  ¿Qué le esperaba a un chico joven y con todo un futuro por delante en aquel pueblo envejecido en el que nada se podía hacer? 

Pues todo. Todo estaba por hacer en el pueblo. ¿Cómo era posible que nunca me hubiera dado cuenta de las maravillas de Gestalgar? Sus campos, sus montes, su vega y su río.  Y asociados a ellos corrales, carboneras, pozos, fuentes, hornos, presas, lavaderos, molinos y ermitas. Todos atesoraban infinitud de saberes y propiciaban su propia historia. 

La historia de mi pueblo representaba la historia de toda una tierra. Cientos de generaciones que habían compartido sus vidas y sus circunstancias por las mismas calles en las que yo paseaba ahora. Las calles de mis abuelos, de mis padres… Las de niño y las de joven. ¿Cuántas historias no se arremolinaban y flotaban aún en el aire?

Sin poder comprenderlo, algo me unía a aquella tierra. Y no podía evitarlo. Aquel escenario familiar y cotidiano se había transformado en un lugar desconocido e interminable. Pero sobre todo, bello y mágico. 

Desde aquella noche, el transcurso de mi vida cambió completamente. Ni llegué a Valencia aquella mañana ni me lo planteé de nuevo. Tengo trabajo, casa, internet, amigos, un buen horario y un patio de cuatro mil hectáreas.

Y eso sí, cuando quiero, bajo a la ciudad y también disfruto de sus beneficios. Pero nada como dormir en casa de uno. En mi casa.

Y cuando me acuesto en la cama y el silencio anega la habitación, escucho el rumor del río a lo lejos. ¡Qué distinto de aquel rumor que escuchaba entonces! Ahora lo siento como un murmullo ancestral, testigo de todos los cambios de Gestalgar. Conocedor de sus gentes y de su tierra. Un rumor eterno del que no puedo ni quiero despegarme.

Actuación financiada por el Ayuntamiento de Gestalgar y el MITECO, con cargo al programa de «subvenciones para la financiación de proyectos promovidos por entidades locales para la innovación territorial y la reactivación de la actividad socioeconómica y la lucha contra la despoblación».
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