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Ricote: hilos de acequias y esparto

Una investigadora que ha centrado su trabajo en la historia del período andalusí en el Reino de Murcia, encuentra en Ricote un manuscrito de un morisco expulsado fechado en 1613. Conforme su lectura avanza, ella recuerda la historia y etnografía de esta región, desde el origen de Ricote a la realidad que ha llegado a nuestros días…

Ruta “Ricote: hilos de acequias y esparto”

EL GUIÓN

1. La voz del destierro

Una investigadora encuentra en Ricote un manuscrito de un morisco expulsado fechado en 1613. A través de este testimonio, nos remontamos al periodo de expulsión de este pueblo y a sus consecuencias en Ricote.

Llegué aquel verano a Ricote, a pasar unas semanas con mi familia, con ganas de desconectar de aquel intenso curso en la Universidad. Había terminado la tesis sobre el período andalusí en el Reino de Murcia. 

Aún recuerdo estar paseando por las huertas cuando recibí aquella llamada. Había aparecido un manuscrito del siglo XVII que no podían descifrar. 

Al ver su fecha, pude comprender su relevancia: 1613. Aquel año había supuesto un cambio profundo e irremplazable en la historia de nuestra tierra. Comenzaba así: 

“Parto hoy de mi tierra, de la que es mi patria natural, en busca del destierro en tierras lejanas en la Berbería, al norte de África. Como testigo dejo este escrito, pero como recuerdo atesoro la llave de la que ha sido mi hogar, con la esperanza de que los que me desciendan la puedan volver a utilizar…”

Se trataba, claro está, del testimonio de un morisco expulsado durante el reinado de Felipe III, apenas cien años después de que los Reyes Católicos forzaran la conversión de miles de mudéjares al cristianismo. Desde entonces, fueron conocidos como “moriscos”. Estaba tan conectado con el trabajo que había realizado durante años, que me ví forzada a seguir leyendo:

“No ha pasado ni medio siglo desde que nuestra nación se rebeló en Las Alpujarras. Mis abuelos entre ellos. Todo para intentar evitar que nos fuera arrebatada nuestra lengua, nuestras costumbres, que a nadie daño hacían… pues egipcios, syrianos, malteses y otras gentes cristianas en arábigo hablan, leen y escriben, y tan cristianos son como el resto”

Se refería a la Pragmática Sanción de Felipe II, del año 1567, en la que se prohíbe a las poblaciones de moriscos hablar y escribir en su lengua natal, pero también se les dicta cómo vestir, cantar o bailar. Ello produjo una Rebelión en las Alpujarras, en el hasta hace  pocos años Reino Nazarí de Granada. Tras su derrota, los moriscos fueron dispersados por todo el territorio castellano, siendo el valle del Ricote uno de sus grandes receptores.

Primero se les prohibió su fé; después sus costumbres; y, finalmente, se les condenó al destierro.

2. Del Rikut andalusí al Ricote cristiano

Nuestra protagonista se remonta al origen andalusí de Ricote, conocido como Rikut, y repasa los episodios históricos más relevantes, pasando por las épocas mudéjar, morisca y llegando hasta nuestros días.

Pude llevarme el manuscrito a casa para estudiarlo. Fueron varias noches las que estuve frente a él. Era un documento original de principios del siglo XVII, testigo de uno de los episodios más relevantes del valle del Ricote: la expulsión de los moriscos.

Este hecho conllevó la pérdida del 50 % de su población, y el comienzo de una crisis que perduraría hasta bien entrado el siglo XIX. Pero la historia de Ricote no comenzaba ahí…

Rikut fue su primer nombre. Como había plasmado en mi tesis, el origen de Ricote se remonta al siglo VIII, con la Conquista Omeya de Hispania y el origen de la cultura andalusí, y de ahí la primera mención del castillo de Al-Sujayrat o de Los Peñascales. Fue allí donde siglos más tarde, en el año 1228, se sucede la sublevación del caudillo andalusí Ibn Hud contra los almohades, coronándose rey de un extenso territorio que abarcaba Murcia y Andalucía oriental.

Pero poco tiempo duró su poder, pues en el año 1243 el emirato de Murcia firma con los castellanos el Tratado de Alcaraz, por el cual se declara vasallo de éstos con la condición de que se le respeten religión, lengua y demás costumbres. Los ricoteños, hasta entonces andalusíes y soberanos, se convierten en mudéjares, súbditos de los cristianos. Desde ese siglo, el valle del Ricote queda bajo el control de la Orden de Santiago. Nace la Encomienda de Ricote.

En esta época destacan personajes históricos como los sabios Muhammad Ibn Sabin, místico sufí, y Al-Raqutí, a quien Alfonso X puso al frente de una escuela de altos estudios en Murcia, lo que refleja la importancia de esta comarca en el siglo XIII.

Tras siglos de crecimiento económico y demográfico, la expulsión de los moriscos sumió a Ricote en una profunda crisis. Ya a finales del siglo XIX, Ricote crece de nuevo, alcanzando los 3000 habitantes, fruto del crecimiento de una huerta ya milenaria.

Sin embargo, el siglo XX ha sido una época de enormes y dramáticos cambios. La emigración rural mermó la población a la mitad. Y su huerta, envidia de la región, que se había mantenido intacta durante siglos, sufre una importante transformación con la llegada del Postrasvase Tajo-Segura…

3. Un oasis en medio de un yesar

La huerta de Ricote ha sido la más importante de la región. Su ubicación alejada del río Segura le permitía tener una producción más estable. Un espectacular sistema de riego mediante balsas y acequias llega hasta nuestros días desde los primeros ricoteños andalusíes. 

Mis pensamientos sobre los cambios en Ricote se detuvieron cuando mis ojos encontraron en el manuscrito la palabra almúnya, huerto en árabe hispano:

“Si algo entristece mi alma al abandonar esta tierra mía, es separarme de mi almúnya, pues cultivarla y verla crecer es tesoro verdadero”

Heredero de esa palabra está el actual paraje ricoteño conocido como La Muña. Y es que el sistema hidráulico de Ricote tiene orígenes remotos, desde la fundación del pueblo. Ya en el siglo VIII, desde comienzos de la etapa andalusí, los nuevos habitantes favorecieron el desarrollo de cultivos de regadío de especies originarias de climas subtropicales, como el limón, la naranja o el albaricoque de Damasco, que dependían del riego para medrar. El cultivo de secano, con los cereales, la vid y el olivo como protagonistas, quedó relegado al Campo de Ricote, en el otro extremo del municipio, lejos del pueblo.

Un complejo sistema de balsas y acequias que permitió a Ricote contar con la mayor huerta de la comarca, y convertirse en cabeza administrativa. Su emplazamiento, alejado de las frecuentes crecidas del Segura, aseguró que su huerta e infraestructuras se mantuvieran más estables a lo largo de los años, alcanzando más de 100 hectáreas de riego a mediados del siglo XVIII, más de un cuarto de todas las huertas de la comarca.

“Me resisto a olvidar aquellas acequias labradas en tierra que conducen el agua de nuestra maravillosa Fuente Grande hasta desaguar hacia el Segura, pasando por la Acequia Madre junto a la Ermita de la Huerta, mezquita de los antepasados de nuestro pueblo. Cómo nos dividíamos las horas de riego y dirigíamos el agua mediante partidores como el de la rummāna…”

Esa mañana había paseado por el mismo paraje descrito hace más de cuatrocientos años: el partidor de la Romana. Se trata de estructuras de división del caudal mediante la apertura o cierre de compuertas.

Y menciona la Acequia Madre, acequia principal que recoge las aguas de la Fuente Grande y de otras pequeñas surgencias en su camino por las huertas, como el manantial de Las Balsas, Balsa del Paúl y Pocico del Manco. Posteriormente, se creó una Segunda Acequia Madre, que recogía otras aguas como las de las balsas de La Hoya, Paco Pestaña, Vial y Los Clasos. Una increíble ingeniería que ha perdurado hasta nuestros días…

4. Los usos populares del agua

Es fascinante la adaptación histórica del pueblo de Ricote para sacar el máximo provecho al agua en un paraje donde la pluviometría anual es ciertamente escasa. Molinos, lavaderos, ceñas, balsas y acequias que se nutrían, principalmente, de un sólo manantial.

Según conseguía ir descifrando el texto, más de enfrascaba en su lectura:

“Aún viéndome visto expulsado, no podrán borrar de mis ojos la imagen de mis hijas en El Labador, junto a los molinos, en las frescas mañanas primaverales. O del resto de mujeres aprovechando cualquier acequia para lo propio…”

Otro paraje más de los que esa mañana había visitado: el Lavadero Público. Era sin duda el lugar más buscado para limpiar las prendas, pues eran las aguas más claras. Según descendían por las acequias, se aprovechaba para limpiar otros elementos que podrían causar más contaminación, como las ropas de enfermos, los utensilios de cocina o, incluso, las tripas de la matanza. Pero también menciona los molinos que allí había.

En aquel momento contaba Ricote con dos molinos harineros, hoy en ruinas: el Molino de Arriba y el Molino de Abajo (o Molino Viejo). A finales del periodo mudéjar, en el año 1494, ya se tiene constancia de la existencia de un molino propiedad de la Encomienda de la Orden de Santiago. Sin embargo, la expulsión de los moriscos ocasionó la ruina de estos edificios. 

La adaptación histórica de este pueblo para sacar el máximo provecho al agua me seguía fascinando. Molinos, lavaderos, balsas y acequias que se nutrían, principalmente, de un sólo manantial. Pero también otros ingenios que se repartieron por la huerta, como las ceñas, norias de riego que extraen el agua de pozos usando la fuerza de un borrico. En Ricote se sabe que existieron al menos tres: la Ceña de las Balsas, la Ceña del Maestrillo y la Ceña de los Anselmos. Y también los aljibes, que recogían el agua de las escasas lluvias. O el pozo de nieve en el Barranco del Pozo, para poder conservar este bien. Si bien el manuscrito recordaba otro lugar:

“Desierto quedará el camino hacia la tahala, donde, armadas con cántaros en cabeza y cintura, iban las mujeres a recoger el mejor agua de esta tierra…”

Se refiere a la Fuente Buena, principal manantial histórico de vecinos y vecinas, conocido antiguamente como “La Tahali”, nombre derivado del beréber «tahala«, que significa fuente. 

¡Ay, cuántas generaciones no habrán pisado estos parajes!

5. Ecos de otra Historia

La herencia andalusí en Ricote es evidente. Nombres de parajes como La Muña, La Romana, La Tahali, Lari, El Riad o el Gorguel provienen del árabe hispánico. Una enriquecedora fusión cultural, presente en otras muchas palabras de uso cotidiano, que se vió mermada con la expulsión de los moriscos de este país.

Porque si algo quedaba claro de todos los años de investigación es que la herencia andalusí, aún a día de hoy, en el Reino de Murcia, es muy evidente. La toponimia de Ricote no podía ser menos.

Sobre el manuscrito ya había identificado varias palabras como almúnya, que significa huerto, y se corresponde con el paraje de La Muña; rummāna, que significa granado, y se ha convertido en el paraje de La Romana; o tahala, que siginificando fuente, dió lugar al paraje conocido como “La Tahali” durante años, hoy sabido como Fuente Buena.

Pero rápidamente mis ojos viajaron en busca de otras palabras que me recordaran a parajes tal y como los conocemos hoy en día. Lari, con el significado de guardia, cerca del castillo; o riyad, que recuerda al paraje ya desaparecido que era conocido como El Riad, que en árabe hispánico tiene el significado de jardín. Pero me topé con un apartado cuya toponimia tuve dificultad de descifrar:

“Cerca del Labador, la gente aprovechaba los calurosos veranos para bañarse en la Balsa del Concejo, que recogía las aguas de la Fuente Grande por la noche para poder aprovecharlas para regar más durante el día. Pero también aprovechaban otras balsas como la de El Gorguel…”

El Gorguel… ¿dónde estaría aquello? Tras investigarlo, pude llegar a una conclusión. Es la actual Balsica Vial, conocida así entonces. La palabra proviene del latín gurgu, que significa charco de agua, y el sufijo árabe “-ellu”. Era un claro ejemplo de la simbiosis entre las culturas romance y árabe en aquel momento en el Valle del Ricote.

Pero aún hoy, más allá de la toponimia de Ricote, cientos de palabras las pronunciamos en nuestro día a día. También las relacionadas con la etnografía de este lugar. Pues usamos aljez para referirnos al yeso; atocha para hablar del esparto; tahúlla para parcela de cultivo; aljibe para cisterna de agua de lluvia; aceña para noria de riego; azud para presa; acequia para canal; o alberca para estanque, entre otras muchas. 

Una enriquecedora fusión cultural que se vió mermada con la expulsión de los moriscos de este país.

6. Liando el alma entre las manos

Ricote forma parte del romano Campus Spartarius que comenzaba en Cartagena. Su historia no puede comprenderse sin el esparto. El esparto trenza las zonas más profundas y hondas del alma de esta tierra y de sus gentes. Un hilo que atraviesa todas las generaciones de ricoteños y ricoteñas hasta la llegada de materiales sintéticos en los años sesenta.

Por un momento olvido el manuscrito. Tomo un café y me dejo caer en mis recuerdos. Vuelvo a la infancia y a la voz de mis abuelos. Y es que todo parece haber cambiado en pocos años. La historia parece haberse convertido en un torbellino que ha desvanecido aquel pueblo del que hablaban.

Y al echar la vista atrás, compruebo que hay en su historia un hilo conductor que salta generaciones, culturas, religiones… Un hilo verde que se seca, se cuece, se pica y se trenza. Un hilo que nace en la más árida tierra y que ocupa cada rincón, cada casa, cada historia de Ricote. El esparto.

Sus hojas finas, fibrosas y largas, enmarañadas en la tierra, se transformaban en las manos de ricoteños y ricoteñas, con su sabiduría y experiencia, en albardas, alforjas, aguaderas, seras o serones, cuerdas, sogas, soguillas, cinchas… Y, qué decir de las albarcas o alpargatas de esparto, punto de encuentro del jornalero y el labrador con la dura tierra.

Y me vuelven recuerdos, hasta entonces olvidados, de mujeres ricoteñas que contaban de comprar las arrobas en los puestos de Sebastián o Constantino; de ir a cocerlo al molino, de picarlo,  de hacer lías que luego se llevaban a Albarán para hacer alpargatas… Tal fue su necesidad que los hombres en la posguerra “robaban el esparto en las fincas particulares donde crecía y, ay, ay, ay, si los pillaba la guardia civil”. 

Y es que, si las huertas dan su singularidad, el esparto carga con la más humilde necesidad. Recogida en las áridas laderas que bordean el Campo de Ricote, el esparto trenza las zonas más profundas y hondas del alma de esta tierra y de sus gentes. Recoger esparto, picarlo, hacer “lías”, eso es Ricote.  (PAUSA)

Y, cuando vuelven mis ojos al manuscrito, recuerdo el Tesoro de la Lengua Castellana de Sebastián de Covarrubias, en 1611, dos años antes del manuscrito. En él describe al esparto como “una mata de la que hay gran abundancia en nuestra España y de ahí se dijo CARTAGO SPARTARIA, por haber abundancia de ella en aquella tierra

Durante dos mil años, el esparto ha nombrado a esta tierra y ha elaborado su personalidad. Ricote no puede comprenderse sin el esparto. 

7. El paisaje de Ricote construye Ricote

Nuestra protagonista se despide de Ricote. En ella queda este rincón de seca frescura, de deliciosa aridez. Observando el paisaje comprende como con la tierra y sus frutos se ha construido el ir y venir del pueblo y de sus gentes. Hilos de acequias y esparto que unen la vida con la historia de Ricote. 

Y sin darme cuenta debo regresar a Murcia. Mis días en Ricote han pasado como un abrir y cerrar de ojos.  Ojos que han cambiado su mirada. Porque, de repente, el paisaje ha tomado sentido. También la historia.

Veo el Monte del Aljezar y lo que antes era un terreno árido y anodino, siento en su blanca tierra la plasticidad y la textura del yeso. La blancura de la tierra inunda los ojos y comprendo el sonido árabe del aljez y el sudor de aquellas gentes que extraían la piedra, la cocían en hornos abiertos en las oquedades de la propia ladera y lo molían con los rulos de piedra. Y con ello se levantaban sus hogares.

Pienso de nuevo en el esparto que crece en sus laderas y como el arte y la necesidad y la propia historia se funde entre los dedos de sus gentes.

Y al volver la mirada y ver la huerta, siento que soy fruto de tantas generaciones que han querido aprender y comprender la tierra. Y parezco comprender que los limoneros que hoy la pueblan no son más que nuevos vecinos. Aquí fueron los olivares, las viñas y también la seda durante siglos sus protagonistas. También las palabras acequias, aceñas, aljibes y almud. Y también me sorprende que el cañizo, que, para mí, era una vieja planta de esta tierra, se haya, se haya utilizado durante los últimos siglos para construir, con el llamado cielo raso, las techumbres. Una especie invasora de las más dañinas hoy en día.

¿Cómo es posible que haya sido al encontrar este manuscrito de 1613 cuando haya comenzado a fijarme en los pequeños y sutiles, a veces invisibles, detalles que ofrece el paisaje, la naturaleza y mis gentes?  

«La curiosidad nace como el esparto. Nace en días áridos y pobres, y sin embargo, se crece y se trenza y se pica y, de repente, comienza a correr por las acequias del pensamiento y a regar las tierras del día. Y, cuando nos damos cuenta, nuestros campos interiores se transforman en coloridos jardines. Y al final de la jornada, la vida, con su paisaje y con su historia, es un lugar maravilloso».